a
modo de Prólogo
“Mi
mensaje”, el eslabón perdido del peronismo
Publicado el 2/2/2007
Fue
el último escrito de Eva Perón, redactado
en los meses finales de su vida. Durante años
permaneció oculto e incluso se intentó
negar su autenticidad. En octubre del año pasado,
la Justicia ratificó la autoría de Evita.
Las críticas a la Iglesia, la oligarquía
y el imperialismo.
Autor:
Julián Bruschtein
La
vida y la obra de María Eva Duarte
de Perón fue corta, pero de gran trascendencia.
Siguiendo la triste tradición que nuestro país
fue arrastrando década tras década,
el último escrito de Eva, Mi mensaje, estuvo
desaparecido casi desde el mismo momento en que su
vida se apagaba y la obligaba a dejarlo inconcluso
en 1952.
Aunque
la demostración de su existencia sea que el
capítulo 29, “Mi voluntad suprema”,
fue leído en el balcón de la Casa de
Gobierno aquel 17 de octubre, el documento sufrió
un periplo parecido al que soportó su cuerpo
embalsamado. La Justicia dictaminó en primera
instancia que el texto es auténtico.
El
20 de octubre del año pasado, el juez Alejandro
César Verdaguer, a cargo del Juzgado Nacional
en lo Civil 101, emitió un dictamen en el que
estableció que el escrito no era apócrifo,
como lo manifestaban las hermanas Duarte,
herederas de Eva.
Pasaron
más de diez años en los que Erminda
y Amelia objetaron cada una de las pericias que se
presentaban para demostrar la autenticidad del libro.
En el fallo, el magistrado encontró que las
pericias realizadas por los profesionales eran contundentes
y veraces, y que bastaban para demostrar que el documento
había sido escrito por Eva Duarte. “Las
iniciales contenidas en el texto serán atribuidas
a María Eva Duarte de Perón por cuanto
así lo determinó el perito, y existen
otros elementos de prueba que apuntan en esa misma
dirección. En consecuencia, tendré
a María Eva Duarte de Perón por autora
de la obra Mi mensaje”, reza el fallo.
La
edición que demandaron las herederas de Eva
Duarte fue publicada en 1994 por la editorial Futuro,
que era dirigida por Alberto Beto Schprejer,
militante peronista que pasó por la cárcel
como preso político entre enero de 1976 y junio
de 1981. Beto Schprejer es explícito cuando
se le pregunta el porqué de la publicación
del libro: “Creo que es el eslabón perdido
del peronismo. Si en los ’70 hubiésemos
tenido el texto en nuestras manos, la historia podría
haber sido otra. Evita dejó asentado que eran
sus propias ideas las que plasmaba ahí.
El
nacimiento de los Montoneros tiene mucho que ver con
la renovación de la Iglesia Católica
en el Congreso Vaticano II. Y quizá con las
críticas de ella hacia la Iglesia, aquella
‘juventud maravillosa’ hubiese pensado
de otra manera si llegaba con este documento en su
mapa ideológico”.
El
original está compuesto por 79 páginas
mecanografiadas, con unas pocas correcciones a mano
hechas por un desconocido y rubricadas con las letras
EP al pie. Estuvo en las sombras en manos del escribano
de la Nación, Jorge Garrido,
quien se lo llevó a su casa sin asentarlo en
el inventario que los golpistas le habían mandado
a hacer en 1955, pensando que lo destruirían.
Cuando
Garrido murió, en 1987, su familia decidió
rematar algunas de sus pertenencias y publicó
en el diario La Nación un aviso invitando al
remate del documento. Convocaron al historiador Fermín
Chávez para determinar la autenticidad
del texto, quien a cambio pidió una copia para
él, que publicó un tiempo más
tarde. Aquella primera aparición de Mi mensaje
no tuvo una repercusión importante en cuanto
a circulación.
Schprejer
asegura que fue casi de casualidad cómo se
enteraron de la existencia del documento. “El
dato llegó a partir de mi amigo y periodista
Juan Salinas, que recibió
la primera edición de manos de un compañero
suyo con el que trabajaba en el diario Sur, Oscar
Taffetani. Salinas como compilador y yo como
editor decidimos poner en marcha el proyecto, agregando
los textos que enriquecían la edición
que nos habíamos propuesto.” Escritos
de personalidades de la cultura –como el escritor
Rodolfo Walsh, el sociólogo
Horacio González, la periodista
María Moreno y María
Elena Walsh – cedieron sus derechos
para acompañar el libro demandado.
El
abogado de Schprejer, César Calcagno,
también militante y preso político por
peronista, posteriormente exiliado en México,
tomó el caso como un paradigma. “Era
una oportunidad para pasar a la ofensiva después
de la dictadura y con el menemismo destruyendo todo,
pero no teníamos pruebas que nos lleven a esclarecer
el caso. Empezando por los testigos, porque sabíamos
que Fermín Chávez iba a declarar, pero
no Antonio Cafiero, que finalmente
lo hace, pero por escrito. Teníamos que encontrar
el libro original y solamente había indicios.
Finalmente lo encontramos.”
El
sociólogo y archivista especialista en peronismo,
Roberto Baschetti, da cuenta de que
“en la hipótesis de que el documento
se hubiese publicado en aquel momento, se hubiera
radicalizado el enfrentamiento porque es vox populi
que cuando muere Evita el peronismo perdió
su esencia revolucionaria.
Perón
era el estratega o el político, y ella era
la que permanentemente alimentaba la caldera, con
sus dichos y con sus acciones. Avalada por un libro
de estas características, hasta el día
de hoy, que pasaron más de cincuenta años,
uno se conmociona nuevamente y entiende que es un
alegato terrible contra las clases dominantes en este
país”.
Hay
un hecho en particular en el que se detiene Calcagno
para mostrar hasta dónde llegó la dificultad
para despejar el camino hacia la verdad. “Por
dichos de algunos políticos y sindicalistas
llegamos a saber que Jorge Antonio
tenía en su poder el original del capítulo
29, ‘Mi voluntad suprema’, escrito a mano.
Lo llamamos y se negó a entregarlo. Le mandamos
una cédula judicial para que lo cediera a pedido
de la Justicia, aunque sea para fotocopiarlo, pero
él negó que tuviera nada. Sin embargo,
unos años más tarde en el Correo Central,
en una vitrina vimos una fotocopia de esta reliquia
que al pie dice: ‘Original en poder de Jorge
Antonio’”, explica el abogado.
La
historia argentina insiste en empujar hacia el olvido
algunos hechos, por lo que Schprejer extiende una
invitación a los herederos de Eva para que
“reconozcan la autenticidad del texto y autoricen
la realización de una edición oficial
bajo el patrocinio del Estado nacional”. Aún
quedan apelaciones e idas y vueltas judiciales, pero
la historia argentina necesita todos aquellos documentos
que iluminen los puntos que todavía se encuentran
oscuros para avanzar sobre la verdad histórica.
Y, parafraseando a la autora de Mi mensaje, Schprejer
dice que “donde hay una necesidad, hay un derecho”.
Fuente:
Página 12
Índice:
01. MI MENSAJE
02. TENIA QUE VOLAR CON EL
03. MI CORONEL
04. LAS PRIMERAS SOMBRAS
05. LOS ENEMIGOS DEL PUEBLO
06. LOS FANÁTICOS
07. NI FIELES NI REBELDES
08. CAIGA QUIEN CAIGA
09. LOS IMPERIALISMOS
10. LOS QUE SE ENTREGAN
11. POR CUALQUIER MEDIO
12. EL HAMBRE Y LOS INTERESES
13. EL ODIO Y EL AMOR
14. LOS ALTOS CÍRCULOS
15. EL PUEBLO ES LA ÚNICA FUERZA
16. SERVIR AL PUEBLO
17. LA GRANDEZA O LA FELICIDAD
18. SOMOS MÁS FUERTES
19. VIVIR CON EL PUEBLO
20. LAS JERARQUÍAS CLERICALES
21. LA RELIGIÓN
22. LAS FORMAS Y LOS PRINCIPIOS
23. Los PUEBLOS Y DIOS
24. Los AMBICIOSOS
25. No quisiera morirme...
26. ¿Sabrán mis...
27. Si alguien me...
28. EL GRAN DELITO
29. Mi VOLUNTAD SUPREMA
30. UNA SOLA CLASE
1.
MI MENSAJE
En estos últimos tiempos, durante las horas
de mi enfermedad, he pensado muchas veces en este
mensaje de mi corazón. Quizás porque
en "La Razón de mi Vida" no alcancé
a decir todo lo que siento y lo que pienso, tengo
que escribir otra vez. He dejado demasiadas entrelíneas
que debo llenar; y esta vez no porque yo lo necesite.
No. Mejor sería acaso para mí que callase,
que no dijese ninguna de las cosas que voy a decir,
que quedase para todos, como una palabra definitiva,
todo lo que dije en el primero de mis libros, pero
mi amor y mi dolor no se conforman con aquella mezcla
desordenada de sentimientos y de pensamientos que
dejé en las páginas de "La Razón
de mi Vida". Quiero demasiado a los descamisados,
a las mujeres, a los trabajadores de mi pueblo, y
por extensión quiero demasiado a todos los
pueblos del mundo, explotados y condenados a muerte
por los imperialismos y los privilegiados de la tierra.
Me duele demasiado el dolor de los pobres, de los
humildes, el gran dolor de tanta humanidad sin sol
y sin cielo como para que pueda callar. Si, todavía
quedan sombras y nubes queriendo tapar el cielo y
el sol de nuestra tierra, si todavía queda
tanto dolor que mitigar y heridas que restañar,
cómo será donde nadie ha visto la luz
ni ha tomado en sus manos la bandera de los pueblos
que marchan en silencio, ya sin lágrimas y
sin suspiros, sangrando bajo la noche de la esclavitud!
Y como será donde ya se ve la luz, pero demasiado
lejos, y entonces la esperanza es un inmenso dolor
que se rebela y que quema en la carne y el alma de
los pueblos sedientos de libertad y justicia! Para
ellos, para mi pueblo y para todos los pueblos de
la humanidad es "Mi Mensaje". Ya no quiero
explicarles nada de mi vida ni de mis obras. No quiero
recibir ya ningún elogio. Me tienen sin cuidado
los odios y las alabanzas de los hombres que pertenecen
a la raza de los explotadores. Quiero rebelar a los
pueblos. Quiero incendiarlos con el fuego de mi corazón.
Quiero decirles la verdad que una humilde mujer del
pueblo -¡la primera mujer del pueblo que no
se dejó deslumbrar por el poder ni por la gloria!-
aprendió en el mundo de los que mandan y gobiernan
a los pueblos de la humanidad. Quiero decirles la
verdad que nunca fue dicha por nadie, porque nadie
fue capaz de seguir la farsa como yo, para saber toda
la verdad. Porque todos los que salieron del pueblo
para recorrer mi camino no regresaron nunca. Se dejaron
deslumbrar por la fantasía maravillosa de las
alturas y se quedaron para gozar de la mentira. Yo
me vestí también con todos los honores
de la gloria, de la vanidad y del poder. Me dejé
engalanar con las mejores joyas de la tierra. Todos
los países del mundo me rindieron sus homenajes,
de alguna manera. Todo lo que me quiso brindar el
círculo de los hombres en que me toca vivir,
como mujer de un presidente extraordinario, lo acepté
sonriendo, "prestando mi cara" para guardar
mi corazón. Sonriendo, en medio de la farsa,
conocí la verdad de todas sus mentiras. Yo
puedo decir ahora lo mucho que se miente, todo lo
que se engaña y todo lo que se finge, porque
conozco a los hombres en sus grandezas y en sus miserias.
Muchas veces he tenido ante mis ojos, al mismo tiempo,
como para compararlas frente a frente, la miseria
de las grandezas y las grandezas de la miseria. Yo
no me dejé arrancar el alma que traje de la
calle, por eso no me deslumbró jamás
la grandeza del poder y pude ver sus miserias. Por
eso nunca me olvidé de las miserias de mi pueblo
y pude ver sus grandezas. Ahora conozco todas las
verdades y todas las mentiras del mundo. Tengo que
decirlas al pueblo de donde vine. Y tengo que decirlas
a todos los pueblos engañados de la humanidad.
A los trabajadores, a las mujeres, a los humildes
descamisados de mi Patria y a todos los descamisados
de la tierra y a la infinita raza de los pueblos!
como un mensaje de mi corazón.
2. TENIA QUE
VOLAR CON ÉL
En "La Razón de mi Vida"
dije con mis pobres palabras cómo un día
maravilloso de mi existencia me encontré con
Perón. El ya estaba en la lucha. Lo recuerdo
como si lo viese, con la mirada llena de brillo, con
la frente levantada, con su limpia sonrisa, con su
palabra encendida por el fuego de su corazón.
Vi desde el primer momento la sombra de sus enemigos,
acechando como buitres desde la altura o como víboras
pegajosas desde la tierra vencida. Vi a Perón
demasiado solo, excesivamente confiado en el poder
vencedor de sus ideales, creyendo en la primera palabra
de todos los hombres como si fuese su propia palabra,
limpia y generosa, sincera y honrada. No me atrajeron
ni su figura ni los honores de su cargo y, menos,
sus galones de militar. Desde el primer momento yo
vi su corazón, y sobre el pedestal de su corazón,
el mástil de sus ideales sosteniendo cerca
del cielo la bandera de su Patria y de su Pueblo.
Vi su inmensa soledad, una soledad como la de los
cóndores, como la de las altas cumbres, como
la soledad de las estrellas en la inmensidad del infinito.
Y a pesar de mi pequeñez, decidí acompañarlo.
Por seguirlo, por estar con él, hubiese sido
y hubiese hecho cualquier cosa menos torcer la ruta
de su destino. Fue cuando le dije un día: "estoy
dispuesta a seguirlo, donde quiera que vaya".
Poco a poco yo entré también en sus
batallas. A veces porque me provocaron sus enemigos.
Otras, porque me indignaron sus traiciones y sus mentiras.
Había decidido seguirlo a Perón, pero
no me resignaba a seguirlo de lejos, sabiéndolo
rodeado de enemigos y ambiciosos que se disfrazaban
con palabras amistosas. Y de amigos que no sentían
ni el calor de la sombra de sus ideales. Yo quería
estar con él los días y las noches de
su vida, en la paz de sus descansos y en las batallas
de su lucha. Ya sabia que él, como los cóndores,
volaba alto y solo. ¡Y sin embargo yo tenía
que volar con él! Confieso que no medí
desde el principio toda la magnitud de mi decisión.
Creí que podía ayudar a Perón
con mi cariño de mujer; con la compañía
de mi corazón enamorado de su persona y de
su causa, pero nada más. Pensé que mi
tarea, junto a su soledad, era llenarla con la alegría
y con los entusiasmos de mi juventud.
3. MI CORONEL
Y así emprendimos el camino: alegres y felices
en medio de la lucha. Un día me confesó
que yo, su pequeña "giovinota" como
solía llamarme, era la única compañía
sincera y leal de su existencia. ¡Nunca como
ese día me dolió tanto mi pequeñez!
¡Ese día decidí hacer lo posible
para acompañarlo mejor! Recuerdo que le pedí
que fuese mi maestro y él, en las treguas de
su lucha, me enseñó un poco de todo
cuanto pude aprender. Me gustaba leer a su lado. Empezamos
por "Las vidas paralelas" de Plutarco y
seguimos después con las "Cartas completas
de Lord Chesterfield a su hijo Stanhope". En
un tiempo me enseñó un poco de los idiomas
que él sabia: inglés, italiano y francés.
Sin que yo lo advirtiese, fui aprendiendo también
a través de sus conversaciones la historia
de Napoleón, de Alejandro y de todos los grandes
de la historia. Y así fue que me enseñó
también a ver de una manera distinta nuestra
propia historia. Con él aprendí a leer
en el panorama de las cuestiones políticas
internas e internacionales. Muchas veces me hablaba
de sus sueños y de sus esperanzas, de sus grandes
ideales. Metida en un rincón de la vida de
"mi Coronel", se me ocurre que yo era algo
así como un ramo de flores en su casa... Nunca
pretendí ser más que eso. Sin embargo,
la lucha que se libraba en torno de Perón era
demasiado dura, muy grandes sus enemigos, casi infinita
su soledad y demasiado grande mi amor para que yo
pudiese conformarme con ser nada más que un
poco de alegría en su camino.
4.
LAS PRIMERAS SOMBRAS
La mayoría de los hombres que rodeaban entonces
a Perón creyeron que yo no era más que
una simple aventurera. Mediocres al fin, ellos no
habían sabido sentir como yo quemando mi alma,
el fuego de Perón, su grandeza y su bondad,
sus sueños y sus ideales. Ellos creyeron que
yo "calculaba" con Perón, porque
medían mi vida con la vara pequeña de
sus almas. Yo los conocí de cerca, uno por
uno. Después, casi todos lo traicionaron a
Perón, algunos en octubre de 1945, otros más
tarde. Me di el gusto de insultarlos de frente, gritándoles
en la cara la deslealtad y el deshonor con que procedían
o combatiéndolos hasta probar la falsía
de sus procedimientos y de sus intenciones. Yo me
quedé sola junto a mi coronel hasta que se
lo llevaron prisionero. Desde aquellos días
desconfié de los amigos encumbrados y de los
hombres de honor y me aferré ciegamente a los
hombres y mujeres humildes de mi pueblo que sin tanto
"honor", sin tantos títulos ni privilegios
saben jugarse la vida por un hombre, por una causa,
por un ideal. ¡O por un simple sentimiento del
corazón! Aquellas primeras grandes desilusiones
me hicieron ver con claridad el camino: Perón
no podía creer en nada ni en nadie que no fuese
su pueblo. Desde entonces se lo he dicho infinitas
veces en todos los tonos de voz como para que nunca
se le olvide, en medio de tantas palabras con que
mienten su honor y lealtad los hombres que rodean
por lo general a un presidente. Los pueblos de la
tierra no sólo deben elegir al hombre que los
conduzca: deben saber cuidarlo de los enemigos que
tienen en las antesalas de todos los gobiernos. Yo
cuidé por mi pueblo a Perón y los eché
de sus antesalas, a veces con una sonrisa, y a veces
también con las duras palabras de la verdad
que dije de frente con toda la indignación
de mi rebeldía.
5.
LOS ENEMIGOS DEL PUEBLO
Los enemigos del pueblo fueron y siguen siendo los
enemigos de Perón. Yo los he visto llegar hasta
él con todas las formas de la maldad y de la
mentira. Quiero denunciarlos definitivamente. Porque
serán enemigos eternos de Perón y del
pueblo aquí y en cualquier parte del mundo
donde se levante la bandera de la justicia y la libertad.
Nosotros los hemos vencido, pero ellos pertenecen
a una raza que nunca morirá definitivamente.
Todos llevamos en la sangre la semilla del egoísmo
que nos puede hacer enemigos del pueblo y de su causa.
Es necesario aplastarla donde quiera que brote si
queremos que alguna vez el mundo alcance el mediodía
brillante de los pueblos, si no queremos que vuelva
a caer la noche sobre su victoria. A los enemigos
de Perón yo los he conocido de cerca y de frente.
Yo no me quedé jamás en la retaguardia
de sus luchas. Estuve en la primera línea de
combate; peleando los días cortos y las noches
largas de mi afán, infinito como la sed de
mi corazón, y cumplí dos tareas. ¡No
sé cuál fue más digna de una
vida pequeña como la mía, pero mi vida
al fin! Una, pelear por los derechos de mi pueblo.
La otra, cuidar las espaldas de Perón. En esa
doble tarea, inmensa para mi, que no tenía
más armas que mi corazón enardecido,
conocí a los enemigos de Perón y de
mi pueblo. Son los mismos. iSí! Nunca vi a
nadie de nuestra raza y la raza de los pueblos! peleando
contra Perón. A los otros en cambio, si...
A veces los he visto fríos e insensibles. Declaro
con toda la fuerza de mi fanatismo que siempre me
repugnaron. Les he sentido frío de sapos o
de culebras. Lo único que los mueve es la envidia.
No hay que tenerles miedo: la envidia de los sapos
nunca pudo tapar el canto de los ruiseñores.
Pero hay que apartarlos del camino. No pueden estar
cerca del pueblo ni de los hombres que el pueblo elige
para conducirlos. Y menos, pueden ser dirigentes del
pueblo. Los dirigentes del pueblo tienen que ser fanáticos
del pueblo. Si no, se marean en la altura y no regresan.
Yo los he visto también con el mareo de las
cumbres.
6.
LOS FANÁTICOS
Solamente los fanáticos -que son idealistas
y son sectarios- no se entregan. Los fríos,
los indiferentes, no deben servir al pueblo. No pueden
servirlo aunque quieran. Para servir al pueblo hay
que estar dispuestos a todo, incluso a morir. Los
fríos no mueren por una causa, sino de casualidad.
Los fanáticos sí. Me gustan los fanáticos
y todos los fanatismos de la historia. Me gustan los
héroes y los santos. Me gustan los mártires,
cualquiera sea la causa y la razón de su fanatismo.
El fanatismo que convierte a la vida en un morir permanente
y heroico es el único camino que tiene la vida
para vencer a la muerte. Por eso soy fanática.
Daría mi vida por Perón y por el pueblo.
Porque estoy segura que solamente dándola me
ganaré el derecho de vivir con ellos por toda
la eternidad. Así, fanáticas quiero
que sean las mujeres de mi pueblo. Así, fanáticos
quiero que sean los trabajadores y los descamisados.
El fanatismo es la única fuerza que Dios le
dejó al corazón para ganar sus batallas.
Es la gran fuerza de los pueblos: la única
que no poseen sus enemigos, porque ellos han suprimido
del mundo todo lo que suene a corazón. Por
eso los venceremos. Porque aunque tengan dinero, privilegios,
jerarquías, poder y riquezas no podrán
ser nunca fanáticos. Porque no tienen corazón.
Nosotros sí. Ellos no pueden ser idealistas,
porque las ideas tienen su raíz en la inteligencia,
pero los ideales tienen su pedestal en el corazón.
No pueden ser fanáticos porque las sombras
no pueden mirarse en el espejo del sol. Frente a frente,
ellos y nosotros, ellos con todas las fuerzas del
mundo y nosotros con nuestro fanatismo, siempre venceremos
nosotros. Tenemos que convencernos para siempre: el
mundo será de los pueblos si los pueblos decidimos
enardecernos en el fuego sagrado del fanatismo. Quemarnos
para poder quemar, sin escuchar la sirena de los mediocres
y de los imbéciles que nos hablan de prudencia.
Ellos, que hablan de la dulzura y del amor, se olvidan
que Cristo dijo: "¡Fuego he venido a traer
sobre la tierra y que más quiero sino que arda!"
Cristo nos dio un ejemplo divino de fanatismo. ¿Qué
son a su lado los eternos predicadores de la mediocridad?
7.
NI FIELES NI REBELDES
Yo he medido con la vara de mi corazón la frialdad
y el fanatismo de los hombres. Los dos extremos han
desfilado permanentemente ante mis ojos. El paisaje
de estos años de mi vida es un inmenso contraste
de luces y sombras. En todos los momentos de esta
vida mía me es dado contemplar y sufrir ese
tremendo encuentro del fanatismo y de la indiferencia.
Confieso que no me duele tanto el odio de los enemigos
de Perón como la frialdad y la indiferencia
de los que debieron ser amigos de su causa maravillosa.
Comprendo más y casi diría que perdono
más el odio de la oligarquía que la
frialdad de algún hijo bastardo del pueblo
que no siente ni comprende a Perón. Si alguna
cosa tengo que reprocharle a las altas jerarquías
militares y clericales es precisamente su frialdad
y su indiferencia frente al drama de mi pueblo. Sí,
no exagero: lo que sucede en nuestro pueblo es drama,
auténtico y extraordinario drama por la posesión
de la vida, de la felicidad, del simple y sencillo
bienestar que mi pueblo venia soñando desde
el principio de su historia. El 17 de octubre fue
el encuentro del Pueblo con Perón. Aquella
noche inolvidable se selló el destino de los
dos, y así empezó el inmenso drama...
Frente a un mundo de pueblos sometidos Perón
levantó la bandera de nuestra liberación.
Frente a un mundo de pueblos explotados Perón
levantó la bandera de la justicia. Yo le sumé
mi corazón y entrelacé las dos banderas
de la justicia y de la libertad con un poco de amor...
pero todo esto -la libertad, la justicia y el amor,
Perón y su pueblo-, todo esto es demasiado
para que pueda mirarse con indiferencia o con frialdad.
Todo esto merece odio o merece amor. Los tibios, los
indiferentes, las reservas mentales, los peronistas
a medias, me dan asco. Me repugnan porque no tienen
olor ni sabor. Frente al avance permanente e inexorable
del día maravilloso de los pueblos también
los hombres se dividen en los tres campos eternos
del odio, de la indiferencia y del amor. Hay fanáticos
del pueblo. Hay enemigos del pueblo. Y hay indiferentes.
Estos pertenecen a la clase de hombre que Dante señaló
ya en las puertas del infierno. Nunca se juegan por
nada. Son como "los ángeles que no fueron
ni fieles ni rebeldes".
8.
CAIGA QUIEN CAIGA
Yo he visto a Perón peleando incansablemente
por su pueblo frente a las fuerzas dominantes de la
humanidad. Este capítulo está dedicado
a ellas. No puedo callar porque sería mentirle
a mi pueblo y a todos los pueblos de la tierra que
han sufrido y sufren la despiadada prepotencia de
los imperialismos. Es hora de decir la verdad, cueste
lo que cueste y caiga quien caiga. Existen en el mundo
naciones explotadoras y naciones explotadas. Yo no
diría nada si se tratase solamente de naciones,
pero es que detrás de cada nación que
someten los imperialismos hay un pueblo de esclavos,
de hombres y mujeres explotados. Y aún las
mismas naciones imperialistas esconden siempre detrás
de sus grandezas y de sus oropeles la realidad amarga
y dura de un pueblo sometido. Los imperialismos han
sido y son la causa de las más grandes desgracias
de una humanidad que se encarna en los pueblos. Esta
es la hora de los pueblos, que es como decir la hora
de la humanidad. Todos los enemigos de la humanidad
tienen las horas contadas. ¡También los
imperialismos! En la hora de los pueblos lo único
compatible con la felicidad de los hombres será
la existencia de naciones justas, soberanas y libres,
como quiere la doctrina de Perón. Y esto sucederá
en este siglo. Aunque parezca ya una letanía
de mi fanatismo sucederá, "caiga quien
caiga y cueste lo que cueste".
9.
LOS IMPERIALISMOS
¡Los imperialismos! A Perón y a nuestro
pueblo les ha tocado la desgracia del imperialismo
capitalista. Yo lo he visto de cerca en sus miserias
y en sus crímenes. Se dice defensor de la justicia
mientras extiende las garras de su rapiña sobre
los bienes de todos los pueblos sometidos a su omnipotencia.
Se proclama defensor de la libertad mientras va encadenando
a todos los pueblos que de buena o de mala fe tienen
que aceptar sus inapelables exigencias.
10.
LOS QUE SE ENTREGAN
Pero más abominable aún que los imperialistas
son los hombres de las oligarquías nacionales
que se entregan vendiendo y a veces regalando por
monedas o por sonrisas la felicidad de sus pueblos.
Yo los he conocido también de cerca. Frente
a los imperialismos no sentí otra cosa que
la indignación del odio, pero frente a los
entregadores de sus pueblos, a ella sumé la
infinita indignación de mi desprecio. Muchas
veces los he oído disculparse ante mi agresividad
irónica y mordaz. "No podemos hacer nada",
decían. Los he oído muchas veces; en
todos los tonos de la mentira. ¡Mentira! ¡Sí!
¡Mil veces mentira...! Hay una sola cosa invencible
en la tierra: la voluntad de los pueblos. No hay ningún
pueblo de la tierra que no pueda ser justo, libre
y soberano. "No podemos hacer nada" es lo
que dicen todos los gobiernos cobardes de las naciones
sometidas. No lo dicen por convencimiento sino por
conveniencias.
11.
POR CUALQUIER MEDIO
Nosotros somos un pequeño pueblo de la tierra,
y sin embargo con nosotros Perón decidió
ganar, frente al imperialismo capitalista, nuestra
propia justicia y nuestra propia libertad. Y somos
justos y libres. Podrá costar más o
menos sacrificio ¡pero siempre se puede! No
hay nada que sea más fuerte que un pueblo.
Lo único que se necesita es decidirlo a ser
justo, libre y soberano. ¿Los procedimientos?
Hay mil procedimientos eficaces para vencer: con armas
o sin armas, de frente o por la espalda, a la luz
del día o a la sombra de la noche, con un gesto
de rabia o con una sonrisa, llorando o cantando, por
los medios legales o por los medios ilícitos
que los mismos imperialismos utilizan en contra de
los pueblos. Yo me pregunto: ¿qué pueden
hacer un millón de acorazados, un millón
de aviones y un millón de bombas atómicas
contra un pueblo que decide sabotear a sus amos hasta
conseguir la libertad y la justicia? Frente a la explotación
inicua y execrable, todo es poco. Y cualquier cosa
es importante para vencer.
12.
EL HAMBRE Y LOS INTERESES
El arma de los imperialismos es el hambre. Nosotros,
los pueblos sabemos lo que es morir de hambre. El
talón de Aquiles del imperialismo son sus intereses.
Donde esos intereses del imperialismo se llamen "petróleo"
basta, para vencerlos, con echar una piedra en cada
pozo. Donde se llame cobre o estaño basta con
que se rompan las máquinas que los extraen
de la tierra o que se crucen de brazos los trabajadores
explotados... ¡No pueden vencemos! Basta con
que nos decidamos. Así quiso que fuese Perón
entre nosotros y vencimos. Ya no podrán jamás
arrebatarnos nuestra justicia, nuestra libertad y
nuestra soberanía. Tendrían que matarnos
uno por uno a todos los argentinos. Y eso ya no podrán
hacerlo jamás.
13.
EL ODIO Y EL AMOR
En años de lucha he aprendido cómo juegan
su papel en el gobierno de los pueblos las fuerzas
políticas nacionales e internacionales, las
fuerzas económicas y espirituales de la tierra,
y cómo se disfrazan las ambiciones de los hombres.
Yo he visto a Perón enfrentándolos de
pie, sereno e imperturbable, mirando siempre más
allá de su vida y de su tiempo, con los ojos
puestos exclusivamente en la felicidad de su pueblo
y en la grandeza de su Patria. Nada ni nadie pudo
ni podrá apartarlo de su camino. Yo recuerdo
cómo, en los primeros tiempos de su lucha,
debió enfrentar la calumnia que intentaba separarlo
de sus descamisados: decían que él era
un peligro para el pueblo porque era militar. Algunos
años después, como la calumnia no prosperó,
sus enemigos trataron de enfrentarlo con las fuerzas
armadas. Decían que Perón intentaba
crear una fuerza en los trabajadores para sustituir
el influjo militar en el Gobierno de la República.
Sobre todas estas cosas quiero decir la verdad ¡mi
auténtica verdad! y espero que alguna vez se
imponga sobre tanta mentira, o por lo menos -aunque
no me crean- sirva para algo a los pueblos del mundo
en sus luchas por la justicia y por la libertad. Declaro
que pertenezco ineludiblemente y para siempre a la
"ignominiosa raza de los pueblos". De mí
no se dirá jamás que traicioné
a mi pueblo, mareada por las alturas del poder y de
la gloria. Eso lo saben todos los pobres y todos los
ricos de mi tierra, por eso me quieren los descamisados
y los otros me odian y me calumnian. Nadie niega en
mi Patria que, para bien o para mal, yo no me dejé
arrancar el alma que traje de la calle. Por eso, porque
sigo pensando y sintiendo como pueblo, no he podido
vencer todavía nuestro "resentimiento"
con la oligarquía que nos explotó. ¡Ni
quiero vencerlo! Lo digo todos los días con
mi vieja indignación descamisada, dura y torpe,
pero sincera como la luz que no sabe cuando alumbra
y cuando quema. Como el viento que no distingue entre
borrar las nubes del cielo y sembrar la desolación
en su camino. No entiendo los términos medios
ni las cosas equilibradas. Sólo reconozco dos
palabras como hijas predilectas de mi corazón:
el odio y el amor. Nunca sé cuando odio ni
cuando estoy amando, y en este encuentro confuso del
odio y del amor frente a la oligarquía de mi
tierra -y frente a todas las oligarquías del
mundo- no he podido encontrar el equilibrio que me
reconcilie con las fuerzas que sirvieron antaño
entre nosotros a la raza maldita de los explotadores.
14.
LOS ALTOS CÍRCULOS
Me rebelo indignada con todo el veneno de mi odio,
o con todo el incendio de mi amor -no lo sé
todavía-, en contra del privilegio que constituyen
todavía los altos círculos de las fuerzas
armadas y clericales. Tengo plena conciencia de lo
que escribo. Sé lo que sienten y lo que piensan
de esos círculos los hombres y mujeres humildes
que constituyen el pueblo. Todos los pueblos de la
humanidad. Yo no los condeno personalmente. Aunque
personalmente me combatieron y me combaten como enemiga
declarada de sus propósitos y de sus intenciones.
En el fondo de mi corazón, yo no deseo otra
cosa que salvarlos con mi acusación, señalándoles
el camino del pueblo por donde llega el porvenir de
la humanidad. Yo sé que la religión
es el alma de los pueblos y que a los pueblos les
gusta ver en sus ejércitos la fuerza pujante
de sus muchachos como garantía de su libertad
y expresión de la grandeza de su Patria. Pero
sé también que a los pueblos les repugna
la prepotencia militar que se atribuye el monopolio
de la Patria, y que no se concilian la humildad y
la pobreza de Cristo con la fastuosa soberbia de los
dignatarios eclesiásticos que se atribuyen
el monopolio absoluto de la religión. La Patria
es del pueblo, lo mismo que la Religión. No
soy antimilitarista ni anticlerical en el sentido
en que quieren hacerme aparecer mis enemigos. Lo saben
los humildes sacerdotes del pueblo que me comprenden
a despecho de algunos altos dignatarios del clero
rodeados y cegados por la oligarquía. Lo saben
los hombres honrados que en las fuerzas armadas no
han perdido contacto con el pueblo. Los que no quieren
comprenderme son los enemigos del pueblo metidos a
militares. Ellos desprecian al pueblo y por eso desprecian
a Perón, que siendo militar abrazó la
causa del pueblo aún a costa de abandonar en
cierto momento su carrera militar. Yo veo no sólo
el panorama de mi propia tierra. Veo el panorama del
mundo y en todas partes hay pueblos sometidos por
gobiernos que explotan a sus pueblos en beneficio
propio o de lejanos intereses. Y detrás de
cada gobierno impopular he aprendido a ver ya la presencia
militar, solapada y encubierta o descarada y prepotente.
En este mensaje de mis verdades, no puedo callar esta
verdad irrefutable que se cierne como la más
grande sombra cubriendo los horizontes de la humanidad.
Es necesario que los pueblos destruyan los altos círculos
de sus fuerzas militares gobernando a las naciones.
¿Cómo? Abriendo al pueblo sus cuadros
dirigentes. Los ejércitos deben ser del pueblo
y servirlo. Deben servir a la causa de la justicia
y de la libertad. Es necesario convencerlos de que
la Patria no es una geografía de fronteras
más o menos dilatadas sino que es el pueblo.
La Patria sufre o es feliz en el pueblo que la forma.
En la hora de nuestra raza, en la hora de los pueblos,
la Patria alcanzará su más alta verdad.
Es necesario que los ejércitos del mundo defiendan
a sus pueblos sirviendo la causa de la justicia y
de la libertad. Solamente así se salvarán
los pueblos de caer en el odio contra "eso"
que antes se llamaba Patria, y que era una mentira
más ¡una bella mentira que inventó
la oligarquía cuando empezó a vender
la dignidad del pueblo, es decir la dignidad augusta
y maravillosa de la Patria!
15.
EL PUEBLO ES LA ÚNICA
FUERZA
Yo no sé si no será posible que alguna
vez el mundo cancele todo cuanto signifique una fuerza
de agresión y desaparezca la necesidad de sostener
ejércitos para la defensa, pero mientras eso
-que sería lo ideal, acaso lo sobrenatural
o lo imposible- no suceda, los pueblos del mundo deben
cuidar que sus fuerzas militares no se conviertan
en cadenas o instrumentos de su propia opresión.
El ejército de mi Patria custodió en
1946 las elecciones que consagraron a Perón
presidente de los argentinos. En aquella ocasión,
fueron sus militares una garantía para el pueblo.
A pesar de eso, yo considero que la función
militar no debe ser en ningún caso garantía
cívica de la justicia y la libertad. Porque
la fuerza suele tentar a los hombres, lo mismo que
el dinero. La garantía de la voluntad soberana
del pueblo debe estar en el propio pueblo. Sacarla
de sus manos es reconocerle una debilidad que no existe,
porque los pueblos constituimos por nosotros mismos
la fuerza más poderosa que poseen las naciones.
Lo único que debemos hacer es adquirir plena
conciencia del poder que poseemos y no olvidarnos
de que nadie puede hacer nada sin el pueblo, que nadie
puede hacer tampoco nada que no quiera el pueblo.
¡Sólo basta que los pueblos nos decidamos
a ser dueños de nuestros propios destinos!
Todo lo demás es cuestión de enfrentar
al destino. ¡Basta eso para vencer! ¡Y
si no que lo diga nuestro pueblo!
16.
SERVIR AL PUEBLO
En estos momentos el mundo es una inmensa fortaleza.
Todos los gobiernos han sido dominados por los altos
círculos de sus fuerzas armadas. Así
como la Edad Media fue clerical y la iglesia gobernó
sobre los pueblos por medio de los reyes y los reyes
dominaron a los pueblos valiéndose del clero,
así en la Edad de nuestro siglo las fuerzas
armadas mandan sobre los pueblos infiltradas en los
gobiernos de las naciones y los gobiernos oprimen
y sojuzgan y explotan a los pueblos valiéndose
del instrumento colosal de sus ejércitos. Todo
es militar en este mundo nuestro. Yo no diría
una sola palabra si las fuerzas armadas fuesen instrumentos
fieles al pueblo. Pero no es así: casi siempre
son carne de oligarquía. O porque la oligarquía
copó los altos círculos de la oficialidad,
o porque los oficiales a los que el pueblo dio a sus
fuerzas armadas se entregaron, olvidándose
del pueblo, de sus dolores, y de su inmenso dolor!
Nosotros, el pueblo, tenemos que ganar las altas jerarquías
de las fuerzas armadas de las naciones. No se trata
de destruirlas, aunque yo pienso que alguna vez serán
inútiles. Se trata de convertirlas al pueblo
y después, cuando todos sus dirigentes -sus
oficiales- sean carne y alma del pueblo, habrá
que permanecer alertas, vigilándolas para que
no se entreguen otra vez. No creo que la solución
sea la que adoptaron los espartanos en los años
de su decadencia y que los generales tengan que ser
elegidos por el pueblo. El pueblo sólo tiene
que elegir a sus gobernantes para que ellos hagan
lo que el pueblo quiere. Los generales deben servir
al gobierno del pueblo con plena y absoluta conciencia
de que nada en la Nación puede sobreponerse
ni oponerse a la voluntad del pueblo.
17.
LA GRANDEZA O LA FELICIDAD
La patria no es patrimonio de ninguna fuerza. La patria
es el pueblo y nada puede sobreponerse al pueblo sin
que corran peligro la libertad y la justicia. Las
fuerzas armadas sirven a la patria sirviendo al pueblo.
El gran error de algunas fuerzas armadas consiste
en creer que servir a la patria es una cosa distinta.
Entonces, en aras de lo que ellos creen que es la
patria, no les importa sacrificar al pueblo, sometiéndolo
a las reglas de la prepotencia militar. En todos los
siglos de la historia ha sucedido lo mismo. El espíritu
militar ha considerado que el gran ideal de su existencia
consistía en alcanzar la grandeza de la Nación
y que, ante ese objetivo supremo se justificaba todo,
incluso sacrificar la felicidad del pueblo. Perón
nos ha enseñado que la felicidad del pueblo
es lo primero; que no se puede hacer la grandeza de
un país con un pueblo que no tiene bienestar.
Las fuerzas armadas del mundo deben convencerse de
esta absoluta verdad del peronismo. Si no es así,
los pueblos mismos, por su propia mano, con la conciencia
plena de nuestro poderío insuperable, las iremos
borrando de la historia de la humanidad.
18.
SOMOS MÁS FUERTES
Todas estas ideas y razones me llevan a decirle a
mi pueblo y a todos los pueblos del mundo en este
mensaje de mis verdades: nadie puede más que
nosotros. Somos más fuertes que todas las fuerzas
armadas de todas las naciones juntas. Si nosotros
no queremos que la fuerza bruta de las armas nos domine,
no podrá dominarnos. Con las armas pueden matarnos,
pero morir de hambre es más doloroso, y nosotros
sabemos lo que es morir por hambre! No podrán
matarnos. Los soldados son hijos nuestros y no se
atreverán a tirar sobre sus madres aunque los
manden miles y miles de oficiales entregados y vendidos
a la oligarquía. Podrán vencemos un
día, en la noche o de sorpresa, pero si al
día siguiente nos largamos a la calle, o nos
negamos a trabajar, o saboteamos todo cuanto ellos
quieran mandar; tendrán que resignarse a devolvernos
la libertad y la justicia. Si toda esta resistencia
puede organizarse, mejor; si no, lo mismo venceremos
con tal de que tengamos plena conciencia de nuestro
poderío soberano. Debemos convencernos definitivamente
de una sola cosa: de que el gobierno debe ser del
pueblo y que nadie sino el pueblo puede ocuparlo,
porque, si no, no será tampoco para el pueblo.
La hora de los pueblos no será alcanzada por
nuestro siglo si no exigimos participación
activa en el gobierno de las naciones. Pero ¿cómo?
Como nosotros lo hemos hecho en nuestra tierra, gracias
a Perón. Llevando a los obreros y a las mujeres
del pueblo a los más altos cargos y responsabilidades
del Estado. Y cuidando después que los dirigentes
políticos del pueblo y los dirigentes sindicales
no pierdan contacto con las masas que representan.
Los gobernantes del pueblo deben seguir viviendo con
el pueblo. Es una condición fundamental para
que los pueblos no empiecen a sentirse traicionados.
Y para gobernar con sentido real de lo auténticamente
popular.
19.
VIVIR CON EL PUEBLO
Es lindo vivir con el pueblo. Sentirlo de cerca, sufrir
con sus dolores y gozar con la simple alegría
de su corazón. Pero nada de todo eso se puede
si previamente no se ha decidido definitivamente encarnarse
en el pueblo, hacerse una sola carne con él
para que todo dolor y toda tristeza y angustia y toda
alegría del pueblo sea lo mismo que si fuese
nuestra. Eso es lo que yo hice, poco a poco en mi
vida. Por eso el pueblo me alegra y me duele. Me alegra
cuando lo veo feliz y cuando yo puedo añadir
un poco de mi vida a su felicidad. Me duele cuando
sufre. Cuando los hombres del pueblo o quienes tienen
obligación de servirlo en vez de buscar la
felicidad del pueblo lo traicionan. También
tengo para ellos una palabra dura y amarga en este
mensaje de mis verdades. Yo los he visto marearse
por las alturas. Dirigentes obreros entregados a los
amos de la oligarquía por una sonrisa, por
un banquete o por unas monedas. Los denuncio como
traidores entre la inmensa masa de trabajadores de
mi pueblo y de todos los pueblos. Hay que cuidarse
de ellos: son los peores enemigos del pueblo porque
han renegado de nuestra raza. Sufrieron con nosotros
pero se olvidaron de nuestro dolor para gozar la vida
sonriente que nosotros les dimos otorgándoles
una jerarquía sindical. Conocieron el mundo
de la mentira, de la riqueza, de la vanidad y en vez
de pelear ante ellos por nosotros, por nuestra dura
y amarga verdad, se entregaron. No volverán
jamás, pero si alguna vez volviesen habría
que sellarles la frente con el signo infamante de
la traición.
20.
LAS JERARQUÍAS
CLERICALES
Entre los hombres fríos de mi tiempo señalo
a las jerarquías clericales cuya inmensa mayoría
padece de una inconcebible indiferencia frente a la
realidad sufriente de los pueblos. Declaro con absoluta
sinceridad que me duelen como un desengaño
estas palabras de mi dura verdad. Yo no he visto sino
por excepción entre los altos dignatarios del
clero generosidad y amor... como se merecía
de ellos la doctrina de Cristo que inspiró
la doctrina de Perón. En ellos simplemente
he visto mezquinos y egoístas intereses y una
sórdida ambición de privilegio. Yo los
acuso desde mi indignidad, no para el mal sino para
el bien. No les reprocho haberlo combatido sordamente
a Perón desde sus conciliábulos con
la oligarquía. No les reprocho haber sido ingratos
con Perón, que les dio de su corazón
cristiano lo mejor de su buena voluntad y de su fe.
Les reprocho haber abandonado a los pobres, a los
humildes, a los descamisados, a los enfermos, y haber
preferido en cambio la gloria y los honores de la
oligarquía. Les reprocho haber traicionado
a Cristo que tuvo misericordia de las turbas. Les
reprocho olvidarse del pueblo y haber hecho todo lo
posible por ocultar el nombre y la figura de Cristo
tras la cortina de humo con que lo inciensan. Yo soy
y me siento cristiana. Soy católica, pero no
comprendo que la religión de Cristo sea compatible
con la oligarquía y el privilegio. Esto no
lo entenderé jamás. Como no lo entiende
el pueblo. El clero de los nuevos tiempos, si quiere
salvar al mundo de la destrucción espiritual,
tiene que convertirse al cristianismo. Empezar por
descender al pueblo. Como Cristo, vivir con el pueblo,
sufrir con el pueblo, sentir con el pueblo. Porque
no viven ni sufren ni sienten ni piensan con el pueblo,
estos años de Perón están pesando
sobre sus corazones sin despertar una sola resonancia.
Tienen el corazón cerrado y frío. ¡Ah,
si supieran qué lindo es el pueblo, se lanzarían
a conquistarlo para Cristo que hoy, como hace dos
mil años, tiene misericordia de las turbas!
21.
LA RELIGIÓN
Cristo les pidió que evangelizasen a los pobres
y ellos no debieron jamás abandonar al pueblo
donde está la inmensa masa oprimida de los
pobres. Los políticos clericales de todos los
tiempos y en todos los países quieren ejercer
el dominio y aún la explotación del
pueblo por medio de la iglesia y la religión.
Muchas veces, para desgracia de la fe, el clero ha
servido a los políticos enemigos del pueblo
predicando una estúpida resignación...
que no sé todavía cómo puede
conciliarse con la dignidad humana ni con la sed de
Justicia cuya bienaventuranza se canta en el Evangelio.
También el clero político pretende ejercer
en todos los países el dominio y aún
la explotación del pueblo por medio del gobierno,
lo que también es peligroso para la felicidad
del pueblo. Los dos caminos del clericalismo político
y de la política clerical deben ser evitados
por los pueblos del mundo si quieren ser alguna vez
felices. Yo no creo, como Lenín, que la religión
sea el opio de los pueblos. La religión debe
ser, en cambio, la liberación de los pueblos;
porque cuando el hombre se enfrenta con Dios alcanza
las alturas de su extraordinaria dignidad. Si no hubiese
Dios, si no estuviésemos destinados a Dios,
si no existiese religión, el hombre sería
un poco de polvo derramado en el abismo de la eternidad.
Pero Dios existe y por El somos dignos, y por El todos
somos iguales, y ante El nadie tiene privilegios sobre
nadie. ¡Todos somos iguales! Yo no comprendo
entonces por qué, en nombre de la religión
y en nombre de Dios, puede predicarse la resignación
frente a la injusticia. Ni por qué no puede
en cambio reclamarse, en nombre de Dios y en nombre
de la religión, esos supremos derechos de todos
a la justicia y a la libertad. La religión
no ha de ser jamás instrumento de opresión
para los pueblos. Tiene que ser bandera de rebeldía.
La religión está en el alma de los pueblos
porque los pueblos viven cerca de Dios, en contacto
con el aire puro de la inmensidad. Nadie puede impedir
que los pueblos tengan fe. Si la perdiesen, toda la
humanidad estaría perdida para siempre. Yo
me rebelo contra las "religiones" que hacen
agachar la frente de los hombres y el alma de los
pueblos. Eso no puede ser religión. La religión
debe levantar la cabeza de los hombres. Yo admiro
a la religión que puede hacerle decir a un
humilde descamisado frente a un emperador: "¡Yo
soy lo mismo que Usted, hijo de Dios!" La religión
volverá a tener su prestigio entre los pueblos
si sus predicadores la enseñan así:
como fuerza de rebeldía y de igualdad, no como
instrumento de opresión. Predicar la resignación
es predicar la esclavitud. Es necesario, en cambio,
predicar la libertad y la justicia. ¡Es el amor
el único camino por el que la religión
podrá llegar a ver el día de los pueblos!
22.
LAS FORMAS Y LOS PRINCIPIOS
Yo vivo con mi corazón pegado al corazón
de mi pueblo y conozco por eso todos sus latidos.
Yo sé cómo siente, cómo piensa
y cómo sufre. No se me escapa que muchas veces
ha sido engañado y que en materia religiosa
tiene demasiado prejuicios y acepta numerosos errores.
Yo no me siento autorizada para juzgar sobre este
trascendente tema. Mi mensaje está destinado
a despertar el alma de los pueblos de su modorra frente
a las infinitas formas de la opresión, y una
de esas formas es la que utiliza el profundo sentido
religioso de los pueblos como instrumento de esclavitud.
El sentimiento religioso debe ser defendido por los
pueblos y por eso todas sus deformaciones reclaman
una condenación imperdonable. Yo creo que tanto
mal han hecho a la humanidad los que creen que la
religión es una simple colección de
formalidades exteriores como aquellos que no ven otra
cosa que principios de absoluta rigidez. La religión
es para el hombre y no el hombre para la religión,
y por eso la religión ha de ser profundamente
humana, profundamente popular. Y para que la religión
sea así, profundamente popular; debe volver
a ser como antes. Ha de volver a hablar en el lenguaje
del corazón que es el lenguaje del pueblo,
olvidándose de los ritos excesivos y de las
complicaciones teológicas también excesivas.
Cuando al pueblo se le habla con sencillez y con amor;
acepta la verdad que se le ofrece. Y con más
fe todavía si se le predica con el ejemplo.
Desgraciadamente nuestro pueblo, y acaso todos los
pueblos de la tierra, sólo han visto demasiado
interés en los predicadores de la fe y acaso
por eso mismo, les han cerrado el corazón.
23.
LOS PUEBLOS Y DIOS
Muchas veces, en estos años de mi vida, he
pensado qué lejos estaban ciertos predicadores
y apóstoles de la religión del corazón
del pueblo... porque la frialdad y el egoísmo
de sus almas no podía contagiar a nadie ni
sembrar en las almas el ardor de la fe, que es fuego
ardiente. Yo sé -y lo declaro con todas las
fuerzas de mi espíritu- que los pueblos tienen
sed de Dios. Y sé también como trabajan
sacerdotes humildes en apagar aquella sed. Mi acusación
no va dirigida contra éstos, sino contra quienes
por egoísmo, por vanidad por soberbia, por
interés o por cualquier otra razón indigna
a la causa que dicen defender. alejan a los pueblos
de la verdad, cerrándoles el camino de Dios.
Dios les exigirá algún día la
cuenta precisa y meticulosa de sus traiciones con
mucho más severidad que a quienes, con menos
teología, pero con más amor, nos decidimos
a darlo todo por el pueblo. Con toda el alma, con
todo el corazón.
24.
LOS AMBICIOSOS
Enemigos del pueblo son también los ambiciosos.
Muchas veces los he visto llegar hasta Perón,
primero como amigos mansos y leales, y yo misma me
engañé con ellos, que proclamaban una
lealtad que después tuve que desmentir. Los
ambiciosos son fríos como culebras pero saben
disimular demasiado bien. Son enemigos del pueblo
porque ellos no servirán jamás sino
a sus intereses personales. Yo los he perseguido en
el movimiento peronista y los seguiré persiguiendo
implacablemente en defensa del pueblo. Son los caudillos.
Tienen el alma cerrada a todo lo que no sean ellos.
No trabajan para una doctrina ni les interesa el ideal.
La doctrina y el ideal son ellos. La hora de los pueblos
no llegará con ningún caudillo porque
los caudillos mueren y los pueblos son eternos. Por
eso es grande Perón, porque no tiene otra ambición
que la felicidad de su pueblo y la grandeza de su
Patria. Y porque ha creado una doctrina -una doctrina
es un ideal- para que su pueblo siga su doctrina y
no su nombre. Yo pienso, en cambio, que los pueblos
cuando encuentran un hombre digno de ellos, no siguen
su doctrina, sino su nombre. Porque en el hombre y
en el nombre ven encarnarse a la doctrina misma y
no pueden concebir la doctrina sin su creador. Por
eso yo no puedo concebir al justicialismo sin Perón,
y por eso he declarado tantas veces que yo soy peronista,
no justicialista. Porque el justicialismo es la doctrina,
en cambio el peronismo es Perón y la doctrina.
¡La realidad viva que nos hizo y que nos hace
felices! Los caudillos en cambio, los ambiciosos,
no tienen doctrina porque no tienen otra conducta
que su egoísmo. Hay que buscarlos y marcarlos
a fuego para que nunca se conviertan en dueños
de la vida y las haciendas del pueblo. Yo los he conocido
de cerca y de frente, y algunas veces incluso me han
engañado, por lo menos momentáneamente.
Hay que identificarlos y hay que destruirlos. La causa
del pueblo exige nada más que hombres del pueblo
que trabajen para el pueblo, no para ellos. En esto
se distinguen los ambiciosos: en que trabajan para
ellos, nada más que para ellos. Nunca buscan
la felicidad del pueblo, siempre buscan más
bien su propia vanidad y enriquecerse pronto. El dinero,
el poder y los honores son las tres grandes "causas",
los tres "ideales" de todos los ambiciosos.
No he conocido ningún ambicioso que no buscase
alguna de estas tres cosas o las tres al mismo tiempo.
Los pueblos deben cuidar a los hombres que elige para
regir sus destinos. Y deben rechazarlos y destruirlos
cuando los vean sedientos de riqueza, de poder o de
honores. La sed de riquezas es fácil de ver.
Es lo primero que aparece a la vista de todos. Sobre
todo a los dirigentes sindicales hay que cuidarlos
mucho. Se marean también ellos y no hay que
olvidar que cuando un político se deja dominar
por la ambición es nada más que un ambicioso;
pero cuando un dirigente sindical se entrega al deseo
de dinero, de poder o de honores es un traidor y merece
ser castigado como un traidor. El poder y los honores
seducen también intensamente a los hombres
y los hacen ambiciosos. Empiezan a trabajar para ellos
y se olvidan del pueblo. Esta es la única manera
de identificarlos. El pueblo tiene que conocerlos
y destruirlos. Solamente así, los pueblos serán
libres. Porque todo ambicioso es un prepotente capaz
de convertirse en un tirano. ¡Hay que cuidarse
de ellos como del diablo!
25.
No quisiera morirme, por Perón y por mis descamisados.
No por mí, que he vivido todo lo que tenía
que vivir. Perón y los pobres me necesitan.
26.
¿Sabrán mis "grasitas" todo
lo que yo los quiero?
27.
Si alguien me preguntase, en estos momentos difíciles
y amargos de mi vida, cuál es mi deseo más
ferviente y cuál mi voluntad más absoluta,
yo les diría: vivir eternamente con Perón
y con mi pueblo. Muchas veces, en las horas largas
y duras de mi enfermedad, he deseado vivir no por
mí, que ya he recibido de la vida todo cuanto
podía pedir y más todavía, sino
por Perón y por mis "grasitas", por
mis descamisados. La enfermedad y el dolor me han
acercado a Dios y he aprendido que no es injusto todo
esto que me está sucediendo y que me hace sufrir.
Yo tenía todas las posibilidades de tomar,
cuando me casé con Perón, el camino
equivocado que conduce al mareo de las altas cumbres.
En cambio Dios me llevó por los caminos de
mi pueblo y por haberlo seguido he llegado a recibir
como nadie el cariño de los hombres, de las
mujeres, de los niños y de los ancianos. Pero
le pido a Dios que me dé algunas vacaciones
en mi sufrimiento.
28.
EL GRAN DELITO
Muchas veces, sobre todo en los años de la
revolución, oía como los altos jefes
militares trataban de disuadir al Coronel de su amor
por el pueblo. Ellos no concebían que un oficial
superior pudiese entregarse así a "la
chusma". Al principio creían que el Coronel
hacia demagogia para conquistar el poder. Fue entonces
cuando, envidiosos del éxito de Perón,
le hicieron la primera revolución, le exigieron
su renuncia y lo encarcelaron en Martín García.
Pero felizmente el pueblo ya lo había conocido
a Perón, y ya no veía en él al
jefe militar con vocación de dictador; sino
al compañero cuyo corazón había
sentido el dolor de nuestra raza. Y el pueblo se lanzó
a la calle dispuesto a todo. Los jefes militares de
la reacción huyeron asustados y la oligarquía
se escondió con ellos. Fue el 17 de octubre
de 1945. Después, las cosas cambiaron. El Coronel,
ya Presidente, siguió fiel a sus descamisados.
Ya no podía ser que fuese demagogo, como decían.
Era cierto entonces aquello de que Perón, un
jefe militar, concedía importancia fundamental
a los trabajadores de su pueblo. Y a medida que los
trabajadores se organizaban constituyendo la más
poderosa fuerza del país, la oligarquía
infiltrada también en las fuerzas armadas preparaba
la reacción. Yo he presenciado la dura batalla
de Perón con el privilegio de la fuerza, tan
dura como las luchas contra el privilegio del dinero
o de la sangre. Yo sé lo que ha sufrido, aunque
he tenido el raro y maravilloso privilegio de ser
algo así como el escudo donde se estrellaron
siempre los ataques de sus enemigos. Ellos, cobardes
como todos los traidores, nunca lo atacaron de frente,
lo atacaron por mí... ¡Yo fui el gran
pretexto! Cumplí mi tarea gozosa y feliz, parando
los golpes que iban dirigidos a Perón. Sin
embargo los que no me querían a mí,
siempre terminaron por alejarse de Perón. De
alguna manera se fueron... ¡Y muchos lo traicionaron!
La verdad, la auténtica y pura verdad, es que
la gran mayoría de los que no quisieron a Perón
por mí, tampoco lo quieren sin mí. En
cambio el pueblo, los descamisados, los obreros, las
mujeres, que me quieren a mí más de
lo que merezco, son fanáticos de Perón
hasta la muerte. En el pueblo reside la fuerza de
Perón, no en el ejército. Solamente
el pueblo lo quiere a Perón con fanatismo y
sinceridad. Y cuando en los últimos tiempos
algunos oficiales de las fuerzas armadas quisieron
"terminar con Perón, tuvieron que enfrentarse
con el pueblo que rodeó a su Líder;
oponiendo a los traidores el pecho descubierto, la
fuerza infinita del corazón. Aún en
el ejército, los hombres leales, aún
las que cayeron en defensa de Perón, fueron
hombres del pueblo, humildes pero nobles y fieles
ante la defección traidora de la oligarquía.
Aquel día, el 28 de septiembre, yo me alegré
profundamente de haber renunciado a la vicepresidencia
de la República el 22 y el 31 de agosto. Si
no, yo hubiese sido otra vez el gran pretexto. En
cambio, la revolución vino a probar que la
reacción militar era contra Perón, contra
el infame delito cometido por Perón al "entregarse"
a la voluntad del pueblo, luchando y trabajando por
la felicidad de los humildes y en contra de la prepotencia
y de la confabulación de todos los privilegios
con todas las fuerzas de la antipatria. ¡Este
es el gran delito de Perón! El gran delito
que yo bendigo desde el fondo de mi corazón
descamisado. En mí, no tiene importancia ni
tiene valor todo lo que yo siento de amor y de cariño
por mi pueblo, porque yo vine del pueblo, yo sufrí
con el pueblo. En cambio, el amor de Perón
por los descamisados vale infinitamente más,
porque dada su condición de coronel, el camino
más fácil de su vida era el de la oligarquía
y sus privilegios. En cambio se decidió por
el pueblo, contra toda probabilidad, venciendo las
resistencias de muchos compañeros y abrazó
nuestra causa definitivamente. ¡Cometió
el gran delito! Pienso que, cometiéndolo, salvó
él sólo a las fuerzas armadas de mi
Patria del descrédito y del deshonor. Si Perón
no fuese militar, nuestro pueblo estaría convencido
de que las fuerzas armadas son un reducto de la oligarquía.
Los militares tienen, en este año de Perón,
la gran oportunidad de asegurarse el porvenir ayudándolo
en su tarea de servir al pueblo, partiendo de la base
fundamental de que eso no es delito: es servir a la
Patria.
29.
MI VOLUNTAD SUPREMA
Quiero vivir eternamente con Perón y con mi
Pueblo. Esta es mi voluntad absoluta y permanente
y será también por lo tanto cuando llegue
mi hora, la última voluntad de mi corazón.
Donde esté Perón y donde estén
mis descamisados allí estará siempre
mi corazón para quererlos con todas las fuerzas
de mi vida y con todo el fanatismo de mi alma. Si
Dios llevase del mundo a Perón antes que a
mí, yo me iría con él porque
no sería capaz de sobrevivir sin él,
pero mi corazón se quedaría con mis
descamisados, con mis mujeres, con mis obreros, con
mis ancianos, con mis niños para ayudarlos
a vivir con el cariño de mi amor; para ayudarlos
a luchar con el fuego de mi fanatismo y para ayudarlos
a sufrir con un poco de mis propios dolores. He sufrido
mucho, pero mi dolor valía la felicidad de
mi pueblo y yo no quise negarme -no quiero negarme-,
acepto sufrir hasta el último día de
mi vida si eso sirve para restañar alguna herida
o enjugar alguna lágrima. Pero si Dios me llevase
del mundo antes que a Perón, yo quiero quedarme
con él y con mi pueblo, y mi corazón
y mi cariño y mi alma y mi fanatismo seguirán
en ellos, seguirán viviendo en ellos, haciendo
todo el bien que falta, dándoles todo el amor
que no les pude dar en los años de mi vida,
y encendiendo en sus almas todos los días el
fuego de mi fanatismo que me quema y me consume como
una sed amarga e infinita. Yo estaré con ellos
para que sigan adelante por el camino abierto de la
justicia y de la libertad hasta que llegue el día
maravilloso de los pueblos. Yo estaré con ellos
peleando en contra de todo lo que no sea pueblo puro,
en contra de todo lo que no sea la "ignominiosa"
raza de los pueblos. Yo estaré con ellos, con
Perón y con mi Pueblo, para pelear contra la
oligarquía vendepatria y farsante, contra la
raza maldita de los explotadores y de los mercaderes
de los pueblos. Dios es testigo de mi sinceridad.
El sabe que me consume el amor de mi raza, que es
el pueblo. Todo lo que se opone al pueblo me indigna
hasta los limites extremos de mi rebeldía y
de mis odios, pero Dios sabe también que nunca
he odiado a nadie por si mismo, ni he combatido a
nadie con maldad, sino por defender a mi pueblo, a
mis obreros, a mis mujeres, a mis pobres "grasitas"
a quienes nadie defendió jamás con más
sinceridad que Perón y con más ardor
que "Evita". Pero es más grande el
amor de Perón por el pueblo que mi amor; porque
él, desde su privilegio militar supo encontrarse
con el pueblo, supo subir hasta su pueblo, rompiendo
todas las cadenas de su casta. Yo, en cambio, nací
en el pueblo y sufrí en el pueblo. Tengo carne
y alma y sangre del pueblo. No podía hacer
otra cosa que entregarme a mi pueblo. Si muriese antes
que Perón, quisiera que esta voluntad mía,
la última y definitiva de mi vida, sea leída
en acto público en la Plaza de Mayo, en la
Plaza del 17 de Octubre, ante mis queridos descamisados.
Quiero que sepan, en ese momento, que quise y que
quiero a Perón con toda mi alma y que Perón
es mi sol y mi cielo. Dios no me permitirá
que mienta si yo repito en este momento una vez más,
como León Bloy, que "no concibo el cielo
sin Perón". Pido a todos los obreros,
a todos los humildes, a todos los descamisados, a
todas las mujeres, a todos los pibes y a todos los
ancianos de mi Patria que lo cuiden y lo acompañen
a Perón como si fuese yo misma. Quiero que
todos mis bienes queden a disposición de Perón
como representante soberano y único del pueblo.
que todos mis bienes, que considero en gran parte
patrimonio del pueblo y del movimiento peronista,
que es del pueblo, y que todo lo que dé "La
Razón de mi Vida" y "Mi Mensaje",
sea considerado como propiedad absoluta de Perón
y del pueblo argentino. Mientras viva Perón,
él podrá hacer lo que quiera de todos
mis bienes: venderlos, regalarlos e incluso quemarlos
si quisiera, porque todo en mi vida le pertenece,
todo es de él, empezando por mi propia vida
que yo le entregué por amor y para siempre,
de una manera absoluta. Pero después de Perón,
el único heredero de mis bienes debe ser el
pueblo y pido a los trabajadores y a las mujeres de
mi pueblo que exijan por cualquier medio el cumplimiento
inexorable de esta voluntad suprema de mi corazón
que tanto los quiso. Todos los bienes que he mencionado
y aún los que hubiese omitido deberán
servir al pueblo, de una o de otra manera. El dinero
de "La Razón de mi Vida" y de "Mi
Mensaje", lo mismo que la venta o el producido
de mis propiedades, deberá ser destinado a
mis descamisados. Quisiera que se constituya con todos
esos bienes un fondo permanente de ayuda social para
los casos de desgracias colectivas que afecten a los
pobres y quisiera que ellos lo aceptasen como una
prueba más de mi cariño. Deseo que en
estos casos, por ejemplo, se entregue a cada familia
un subsidio equivalente a los sueldos y salarios de
un año, por lo menos. También deseo
que, con ese fondo permanente de Evita, se instituyan
becas para que estudien los hijos de los trabajadores
y sean así los defensores de la doctrina de
Perón, por cuya causa gustosa daría
mi vida. Mis joyas no me pertenecen. La mayor parte
fueron regalos de mi pueblo. Pero aún las que
recibí de mis amigos o de países extranjeros,
o del General, quiero que vuelvan al pueblo. No quiero
que caigan jamás en manos de la oligarquía
y por eso deseo que constituyan, en el Museo del Peronismo,
un valor permanente que sólo podrá ser
utilizado en beneficio directo del pueblo. Que así
como el oro respalda la moneda de algunos países,
mis joyas sean el respaldo de un crédito permanente
que abrirán los bancos del país en beneficio
del pueblo, a fin de que se construyan viviendas para
los trabajadores de mi Patria. Desearía también
que los pobres, los ancianos, los niños, mis
descamisados, sigan escribiéndome como lo hacen
en estos tiempos de mi vida y que el monumento que
quiso levantar para mí el Congreso de mi Pueblo
recoja las esperanzas de todos y las convierta en
realidad por medio de mi Fundación, a la que
quiero siempre pura como la concebí para mis
descamisados. Así yo me sentiré siempre
cerca de mi pueblo y seguiré siendo el puente
de amor tendido entre los descamisados y Perón.
Por fin, quiero que todos sepan que si he cometido
errores los he cometido por amor y espero que Dios,
que ha visto siempre mi corazón, me juzgue
no por mis errores ni mis defectos, ni mis culpas,
que fueron muchas, sino por el amor que consume mi
vida. Mis últimas palabras son las mismas del
principio: quiero vivir eternamente con Perón
y con mi Pueblo. Dios me perdonará que yo prefiera
quedarme con ellos, porque él también
está con los humildes y yo siempre he visto
en cada descamisado un poco de Dios que me pedía
un poco de amor que nunca le negué.
30.
UNA SOLA CLASE
Es necesario que los hombres y mujeres del pueblo
sean siempre sectarios y fanáticos y no se
entreguen jamás a la oligarquía. No
puede haber, como dice la doctrina de Perón,
más que una sola clase: los que trabajan. Es
necesario que los pueblos impongan en el mundo entero
esta verdad peronista. Los dirigentes sindicales y
las mujeres que son pueblo puro no pueden, no deben
entregarse jamás a la oligarquía. Yo
no hago cuestión de clases. Yo no auspicio
la lucha de clases, pero el dilema nuestro es muy
claro: la oligarquía que nos explotó
miles de años en el mundo tratará siempre
de vencemos. Con ellos no nos entenderemos nunca,
porque lo único que ellos quieren es lo único
que nosotros no podremos darle jamás: nuestra
libertad. Para que no haya luchas de clases, yo no
creo, como los comunistas, que sea necesario matar
a todos los oligarcas del mundo. No, porque sería
cosa de no acabar jamás, ya que una vez desaparecidos
los de ahora tendríamos que empezar con nuestros
hombres convertidos en oligarcas, en virtud de la
ambición, de los honores, del dinero o del
poder. El camino es convertir a todos los oligarcas
del mundo: hacerlos pueblo, de nuestra clase y de
nuestra raza. ¿Cómo? Haciéndolos
trabajar para que integren la única clase que
reconoce Perón: la de los hombres que trabajan.
El trabajo es la gran tarea de los hombres, pero es
la gran virtud. Cuando todos sean trabajadores, cuando
todos vivan del propio trabajo y no del trabajo ajeno,
seremos todos más buenos, más hermanos,
y la oligarquía será un recuerdo amargo
y doloroso para la humanidad. Pero, mientras tanto,
lo fundamental es que los hombres del pueblo, los
de la clase que trabaja, no se entreguen a la raza
oligarca de los explotadores. Todo explotador es enemigo
del pueblo. ¡La justicia exige que sea derrotado!