Luis E. Sabini Fernández
- ALAI AMLATINA
Desde hace aproximadamente
un año se estima que por lo menos en 37 países
se han registrado trastornos sociales por la enorme
carestía de los alimentos. Fundamentalmente
la duplicación repentina y a veces la triplicación
de los precios al consumidor de los dos alimentos
más básicos de la humanidad, el arroz
y el trigo, han desatado manifestaciones callejeras
de indignación y protesta que en algunos
casos, como Haití, ha significado el asesinato
de gente hambrienta, significativamente a manos
de fuerzas de ocupación extranjera.
Los porqués del hambre mundial
Se mencionan varios factores
como desencadenantes de tales incrementos en el
mercado mundial: alguna sequía gigante, el
aumento de consumo indio y chino, la presencia en
concurrencia de los bio-agro-necrocombustibles que
disputan, ahora para los autos, las tierras para
cultivo de alimentos para humanos, la economía-casino,
que se ha ido desarrollando cada vez más,
dedicada a compras-a-futuro, método que indudablemente
es muy proclive a la especulación y que por
lo tanto empuja a los alimentos (y a todos los productos)
a un alza constante, enloquecida, ajena a la vieja
estructura de costos.
Hablando de las secuelas del
hambre en el mundo, Martín Caparrós
en un artículo motivado por una visita suya
al África, Gracias al hambre (Etiopía,
21/5/2008), aparecido en el boletín-e Comcosur
(Montevideo, 25/5/2008) aporta una valiosa mirada
al problema mostrando el no del todo elegante papel
que le cabe a la Argentina en la coyuntura del hambre
generalizada y provocada no por la ausencia de alimentos
sino por su carestía.
Caparrós señala
crudamente que nosotros, los argentinos, vivimos
del hambre. Y reseña el grado brutal de hambre
que existe en varios países, una enorme cantidad
ubicados en lo que se llama el África negra,
que proveen el mayor caudal de una estadística
que habla de 25 mil seres humanos muertos al día;
son más de mil por hora, 17 por minuto. Caparrós
insiste con datos que procuran hacer conciencia
sobre algo que resulta bastante alejado de la cotidianidad
argentina (aunque en el invierno anterior pasamos
mediáticamente por la muerte por hambre y
desnutrición de varios miembros de etnias
originarias en el norte argentino).
“Va de nuevo”, nos
dice Caparrós: son, en los diez segundos
que usted tarda en leer esta frase, mi estimado,
tres hambrientos menos. En un país como Etiopía,
con 75 millones de habitantes, hay 15 millones que
están todo el tiempo al borde de la hambruna.
A veces caen: entonces vemos 42 segundos terribles
en la tele, chicos raquíticos con panzas
como globos, madres ramitas secas estirando la mano
como quien ya no espera […].
Caparrós va más
allá y describe implacable el proceso de
ensimismamiento que, pese a Internet y a la globalización
comunicacional, parece afectar a la Argentina: el
mundo es una máquina hipercompleja e integrada,
por más que los argentinos actuales hayan
decidido hacerse tanto más provincianos ciegos
que sus padres y olvidarlo: hacer como si no existiera.
O, por lo menos, como si no importara.
El hambre no es joda. Las cifras
transcriptas lo testimonian. En Haití se
han hecho populares una galletas de tierra arcillosa
cocida que por ser salobre engaña el estómago
de los haitianos más empobrecidos. Alguien
pescó el negocio con unas tierras del centro
del país, zona de Hincha.
En Somalía, la crisis
golpea por muy distintos lados: hay un gobierno
establecido mediante ocupación, igual que
en Haití, desconocido por muchos, una crisis
monetaria en parte incentivada por la falsificación
de la moneda nacional y una suba de precios tal
que en un año se duplicaron los que menos
aumentaron y se cuadruplicaron los que más.
A fines de 2007 se estimaba en un 20% a la población
(diez millones de habitantes) en situación
de hambruna, en marzo, con el encarecimiento, un
millón más de pobladores cayó
en la indigencia y se teme la caída de otro
millón de sufrientes en lo que resta del
año. Mientras tanto, EE.UU. bombardea regularmente
el país so pretexto de luchar contra algo,
pero con la precaución de no poner pie en
tierra después del tropezòn sufrido
en su último desembarco. Ningún
país puede funcionar si entre un tercio y
la mitad de su gente pasa hambre de modo estructural,
sostenido…
En Haití o en Somalia
vemos claramente los daños, la destrucción
brutal, que la occidentalización, la modernización,
provoca en sociedades ajenas, subalternizadas.
El papel de Argentina
Caparrós desnuda el mecanismo
de esa ganancia argentina sobre la base del hambre
mundial. Por su importancia lo citaremos in extenso:
Y nosotros ganamos con esos aumentos.
Nos hacemos los boludos, no queremos verlo: nuestra
prosperidad le está costando carísima
a millones y millones de personas. La Argentina
salió de la crisis gracias al aumento del
precio de los granos: por estos precios, millones
se mueren de hambre. O sea: las ganancias tan legítimas
por las que discuten encarnizados los presidentes
K y el campo producen sufrimientos espantosos. No
digo que sea a propósito. No, por favor.
Nosotros pasábamos por ahí cuando
los chinos decidieron empezar a comer y las leyes
del mercado hicieron que los precios subieran y
las leyes del mercado hicieron que millones no pudieran
comprar más comida y se murieran pero a mí
por qué me miran, yo hago mi trabajo, yo
defiendo lo mío y trato de venderlo lo más
caro posible porque así son las leyes del
mercado y yo justo estaba ahí, qué
culpa tengo.
Y bien: la situación real
es todavía más espantosa, mucho más
espantosa que lo ya descrito por Caparrós.
No es exactamente que nosotros pasábamos
por ahí” como aquel que ve luz y entra..
Queda en pie el deslinde radical con toda teoría
conspiracionista según la cual los sojeros
hambrean, cuando en realidad lo único que
quieren es hacer negocio.
Una corrección, empero,
basada en dos precisiones: primero, que los sojeros
no sólo quieren hacer negocios sino además
hacer como que hacen obra, patria o como usted quiera
llamar a sus proyectos de ogros filantrópicos,
bastante opuestos a los soñados por Octavio
Paz, y segundo porque el origen de este escabroso
rol que juega hoy Argentina no es tan argentino
como parece.
Argentina made in USA
Dennis Avery ha sido por años
un alto funcionario del USDA, Ministerio de Agricultura
de EE.UU., y se presenta como analista agrícola
Senior del Departamento de Estado. Con la candidez
característica de tanto estadounidense explica
en la introducción a su libro Salvando el
planeta con plásticos y plaguicidas, que
estaba escribiendo otro [libro] que trataba
sobre la importancia del libre comercio para la
agricultura estadounidense. Su última frase
es reveladora de toda una política: preservar
el suministro de víveres por parte de EE.UU.
a países que vayan perdiendo así su
soberanía alimentaria.
Claro que siempre con las mejores
intenciones: frente a una sequía por ejemplo,
ir en auxilio con la ley 480, regalar cereales un
año, dos, y cuando los agricultores locales
no puedan ya no recuperarse de la sequía
sino de la competencia con los granos introducidos
solidariamente por EE.UU. con precios de dumping,
es decir, cuando se ha logrado debilitar la soberanía
alimentaria y se ha desarrollado la dependencia
ídem, entonces sí, iniciar el negocio
con precios en alza.
EE.UU. se ha especializado, usando
los alimentos como arma geopolítica en ir
estableciendo en tantos países como sea posible
el régimen que Devinder Sharma con lucidez
ha caracterizado como del-barco-a-la-boca: la población
tiene que aguardar lo que va llegando al puerto
para poder comer. Mayor esclavitud alimentaria es
difìcil de imaginar. Sobre todo porque,
durante milenios, todos los pueblos aprendieron
a alimentarse a sí mismos. Razón elemental:
si no lo hacían, no sobrevivían.
Observemos, al pasar, que el
libro cuya introducción hemos estado glosando,
Salvando el planeta con plásticos y plaguicidas,
tiene un título que es de por sí toda
una plataforma ideológica y estratégica.
La teoría económica
del eurocentrismo encontró una superación
científica a aquella vieja, tra-dicional,
soberanía alimentaria: la ley de las ventajas
comparativas por la cual cada comarca, cada estado,
debe dedicarse exclusivamente a lo que mejor produce;
esa optimización económica permitirá
agrandar la torta mundial de productos y por lo
tanto permitirá que todos reciban más.
Oh, maravillas de la ciencia económica.
Como sabemos, para los ideólogos,
cuando la realidad choca con la teoría peor
para la realidad. Y así hoy tenemos un mercado
más globalizado que nunca, adaptado a la
ley de las ventajas comparativas como nunca antes
estuvo el planeta, y sin embargo, cosa curiosa,
hay casi mil millones de seres humanos que se acuestan
con hambre cada día o que ni duermen por
el hambre o que literalmente mueren de hambre. La
dependencia alimentaria tensiona y hace sufrir cada
vez a más gente.
En la introducción ya
citada dice Avery que su tarea desde el Hudson Institute
es comunicarles a los productores agrícolas
[estadounidenses] que ellos podían ayudar
a alimentar al Asia. Tal vez porque los indios
y los chinos jamás aprendieron a alimentarse…
paradójico para tratarse del continente por
lejos más poblado del orbe; bastante más
de la mitad de la población humana mundial
vive, se alimenta, se ha alimentado por milenios,
en Asia…
Obviamente, la pretensión
de que EE.UU. alimente al mundo es un poco excesiva.
Pese a sus excelentes praderas y extensión,
no alcanza.
Argentina y EE.UU.: gran tándem
con piloto automático ¿o yanqui?
Pero el señor Avery tiene
sus soluciones. Que en rigor, debemos entender como
políticas públicas de EE.UU. puesto
que Avery es todo menos un líbero, un marginal
o un intelectual autónomo. Por Avery nos
enteramos de los planes que tiene el USDA para la
India. ¿El Ministerio de Agricultura de EE.UU.
confeccionando la política de la India en
su zona rural? Es indudable que ese Ministerio piensa
por todos nosotros, dios no nos libra ni nos guarda.
Avery nos informa de los planes que a mediados de
los ’90 tenía el USDA para el campo
indio, compuesto entonces por unos 500 millones
de campesinos: reducir esa población, rural,
a 50 millones en diez años. Esto, para modernizar
el país, consigna sagrada si las hay.
Es curioso el afán bienhechor
de ciertas presencias. En el siglo XVIII, por ejemplo,
Inglaterra desmanteló prácticamente
toda la actividad textil india (para favorecer la
propia) y logró así postrar al país
en un estatuto de vasallaje. Cuando el subcontinente
indio sufre todavía la secuela de aquella
ayuda, a fines del s. XX, es EE.UU. el que quiere
ayudar ahora a la India desmantelando toda su estructura
agraria… Hasta donde sabemos, el plan del
USDA no se ha concretado, al menos con la radicalidad
presentada por Avery: en el 2002, la población
rural india todavía superaba a su población
urbana (totalizando la población del estado
más de mil millones de seres humanos).
¿Qué papel desempeña
Argentina en la teoría de las ventajas comparativas,
a la que son tan afectos los voceros del clan sojero
argentino?
Avery nos lo señala bastante
claramente. Nos lo señalaba así en
1995, en el momento del despegue de la soja transgénica
en Argentina y las consiguientes cosechas que van
a ir estableciendo un récor cada año
sobre el anterior. Cuando el conocidísimo
jurisconsulto y hombre de derecha Carlos Menem desmantela
todos los organismos públicos del país
y entrega la política agraria a Monsanto,
que es como decir, relaciones carnales mediante,
a EE.UU. Nos comenta Avery: Solamente en EE.UU.
y Argentina hay suficiente superficie fuera de producción
(debido a políticas oficiales) como para
alimentar a otros 1500 millones de personas. (ibíd.,
p. 123)
Avery nos muestra así
como se unen las praderas norteamericanas y las
pampas argentinas en una política mundial.
El horror que escudriña
Avery a lo largo de su libro es a la política
de autoabastecimiento de alimentos. Es decir que
haya más y más sociedades venciendo
la pesadilla del-barco-a-la-boca. Porque eso perjudicaría…
a EE.UU… y a Argentina. Con semejante política
quedarían torpemente ociosas más de
40 millones de hectáreas de las mejores tierras
agrícolas del mundo ubicadas en países
como EE.UU. y Argentina, y se obligaría al
mismo tiempo a los productores agrícolas
de Asia a roturar hasta el último rincón
de tierra disponible. (ibíd., p. 286).
Las explicitaciones de Avery
nos permiten visualizar mejor el papel de Argentina
en la política mundial de alimentos llevada
adelante por EE.UU.
En EE.UU., cuando en 1999 un
grupo de objetores a los trámites de aprobación
de las técnicas transgénicas lleva
a los tribunales a la FDA y transitivamente a Monsanto
y otras corporaciones por el ejercicio de métodos
considerados viciados (o viciosos) para tales aprobaciones,
el presidente de EE.UU., a la sazón Bill
Clinton, establece el fast track, para dar
el visto bueno a los alimentos transgénicos
sin tantos miramientos legislativos ni judiciales.
El argumento fue lapidario: tales alimentos constituyen
parte de la seguridad nacional de EE.UU. De más
está aclarar que Clinton no hace referencia
alguna a la seguridad nacional… argentina.
El golpe de mano de la Casa Blanca constituye una
excelente demostración de cómo se
conciben los alimentos como arma.
Alimentos como armas de
destrucción masiva
Un arma de destrucción
masiva, como bien los definiera Paul Nicholson,
de Vía Campesina. Los alimentos son mucho
más que una mercancía. […]
La política de ayudas en EE.UU. y Europa,
orientada a la exportación, es destructora
de la capacidad productiva […] la revolución
de la biotecnología ahonda los procesos
de exclusión […] la producción
agraria se está concentrando en unas pocas
regiones del planeta. Se destruyen las economías
locales y el mundo rural se empobrece […].
¿Suena conocido? Es exactamente
la situación argentina. Aquí se concentra
la producción, se acentúa la exclusión,
porque los monocultivos industriales constituyen
una agricultura sin agricultores (un tractorista
por cada 500 ha. de soja alcanza). Y allí
detrás, ¡pica el USDA planeando el
mundo entero y a sus pies!
Con lo cual, aquel sano rechazo a las interpretaciones
conspiracionistas que ilustrara Caparrós
necesita un ajuste: hay conciliábulos,
hay resoluciones que pasan por encima y afuera
de la gente y que marca profundamente sus destinos.
Que las hay, las hay.
Por eso, hay que darle una vuelta de tuerca a
lo explicitado por Caparrós. Es todavía
peor. Somos los elegidos para
hambrear al mundo (y de paso hambrear un poco
adentro, pero poco, porque en Argentina corre
guita, mucha guita).
Y el gobierno, los gobiernos,
hasta ahora, contentos. Porque administraban una
masa excedente, producto de la exportación,
como pocas veces antes
Sojización: por
fin mala palabra
No sabemos porqué, en
un momento, en marzo de este año, este gobierno
K, descubrió la sojización. Que lleva
por lo menos diez años. Pero sí sabemos
que gracias a esa focalización, empezamos
a socializar unas cuantas verdades.
Ya no se puede tapar el cielo
con un harnero. Algo que por una década,
gracias a una oportunista ceguera, funcionó.
Tal vez podamos empezar a pensar
nuevamente. Eppur si muove.